Las fotos que aparecen en este trabajo fueron tomadas por Jaime Prendes, en la última visita de Ramón [Monchy] Font a la Isla, en el marco de la Feria del Libro de 2003.
Una vez más los amigos se reúnen, claro, los buenos amigos, esos que “recalan” en los recuerdos, en la bohemia cotidiana, en el sabor del ron –aunque esta vez fue un vinillo de calidad mediana y discutible–. El motivo de la cofradía fue recordar a Monchy y comenzó el 28 de junio, extendiéndose hasta el primero de julio, con recitales de poesía, charlas, videos, algo de música y la sinceridad de quererlo más allá de esa maldita broma de irse un día para no regresar jamás.
Los Pacíficos, aquel grupo del cual Monchy Font fue baterista, matizó alguna que otra jornada con aquel rock sencillo con que se recuerdan entre los que tenemos canas, cada vez, es cierto, en menor cantidad. Fue un sueño este largamente acariciado, hecho realidad gracias a la gentileza de Leonides Zaldívar y la gestión de Carlos Santos. Fue, lo afirmo, una vuelta a tiempos idos, aunque nunca olvidados.
Omar Cerit llegó de España, uno nuestro, de la UNEAC, radicado por razones de trabajo y familiares en el país ibérico y que ya concreta sus “razones” para el regreso, ofreció sus versos a Monchy y a todos, con esa carga existencial, reflexiva y llena de luz, que caracteriza su obra. Concretó, créanlo, uno de los buenos momentos de la jornada. Pero hubo más poesía, la de José Antonio Taboada y sus muchachos del Taller El Puente, la de los jóvenes de la AHS, la de varios miembros de la UNEAC, la de Catalino Fuentes –mezcla de humor, amor a Dios y una aguda crítica social–. Seguro estoy que Monchy se deleitó con ellos y que musitó, eso hacia, algunos de sus versos.
Una noche, gracias a Carlos González Valerino, se pudo ver en la Isla de la Juventud, o de los Pinos, como la llama el fotógrafo Jaime Prendes, el documental Zona de silencio, con la temática de la censura, esa censura que Monchy siempre consideró propia de tontos y no de hombres inteligentes y libres, como siempre se consideró en su Isla y en su Cuba.
Fue una jornada sencilla, sin grandes “bienes”, salvo el grandioso de la cultura, esa cultura que intentamos definir como pinera, insularidad la nuestra, y huella, que están certificando desde hace un buen tiempo personas como Ramón (Monchy) Font Alvarez, dueño de una buena parte del corazón de quienes lo conocimos y que estamos prestos a acudir a su encuentro cada vez que nos convoquen.
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