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En hora buena, llega usted a Caleta del Sur, un esfuerzo conjunto por mostrar y defender, a toda costa, el arte gestado en este terrirtorio insular. Aquí podras encontrar, artículos, comentarios, poesías, cuentos, críticas y ensayos, así como informaciones y noticias sobre las actividades que realiza la filial de la UNEAC y otras instituciones en la Isla de la Juventud.

Miembros y amigos se han reunido en este esfuerzo para lograr que el quehacer pinero vea la luz, a través de un espacio alternativo y ágil. Quizás usted quede sorprendido ante el asombro de ver y conocer que en una pequeña Isla del Archipiélago cubano, haya una fuente tan vasta de sabiduría y entrega hacia el arte y la cultura, que hoy estamos convocados a salvar.

¡Esperamos de todo corazón que el esfuerzo no sea en vano!



CONTIGO EN LA DISTANCIA


¡AY, CARMELA!

Por: RAFAEL J. CARBALLOSA BATISTA (c)
Foto: JAIME PRENDES MONTES (c)
         Obra: HOMO NEW

                                                                 "... los ojos de los mambises

                                                                        dormidos bajo la yerba."



"Es mala, muy mala. No la lleve", dijo de modo enfático a mi amiga el vendedor del Video Centro. Me asombró que un comerciante opinara de un modo tan negativo sobre el producto que vendía y busqué instintivamente la película a la que se refería. Se trataba de "Conducta" el filme cubano del realizador Ernesto Daranas, protagonizado por Alina Rodríguez y el niño Armando Valdés Freyre.



Aproximadamente un año atrás, yo había visto esta conmovedora historia que narra las relaciones de una maestra habanera con sus estudiantes en la dura sociedad cubana de comienzos del tercer milenio. "Llévala. Esa película tiene alma", dije sin pensarlo a mi amiga.



Poco más tarde, mientras revisitaba "Conducta", intentaba explicarme esa mezcla de dolor, orgullo y furia que me hizo persuadir a aquella novia de Bolívar acerca de la recomendación del vendedor de copias de cine.



¿Fue la mía una reacción intelectual ante criterios invasivos que jerarquizan el entretenimiento de consumo rápido sobre propuestas artísticas de mayor rigor y profundidad ética y humanista? ¿O sucedió que de repente algo de chovinismo tropical me arrastró, en cuestión de segundos, a defender eso que consideraba entrañablemente mío?



Creo que ambas cosas se mezclaron. Mi condición de poeta civil, político, me hace volverme una y otra vez sobre temas como la trivialización de la cultura, el pragmatismo de las relaciones humanas y el diálogo individuo-instituciones-poder; sobre ese empeño de fuerzas poderosas por convertir al mundo en una pantalla de video juegos o en una gran marcha de seres hiperconvencidos de poseer una verdad homogénea e incuestionable.



Pero no se me escapa que en un nivel emocional rescaté intempestivamente mi identificación con el grupo o nación al que pertenezco, desde que en febrero de 1975 mi madre me echara a la luz y al desencanto. De modo intuitivo, aquella mañana en el Video Centro, ante la recomendación del vendedor a mi amiga, algo se sacudió violentamente en mí y emociones encontradas me recorrieron en unos segundos.



Lejos de casa, Cuba me enviaba su mensaje para que no olvidara los trillos de mi existencia, sin permitirme la calma de buscar argumentos para justificar mi amor por ella. El olor del elemental jarro de leche que mi madre hervía en la madrugada a la vez que planchaba impecablemente el uniforme de sus hijos; las lágrimas de la maestra Delma de la Rosa Vallejo cuando no encontraba herramientas pedagógicas que nos hicieran entender algún problema de matemáticas; la virgen mulata en el cuarto de la abuela; los ojos verdes de Alina, el primer amor ingenuo. Todo volvía de golpe y sin objeción.



En la distancia, una película de cine me recordaba que no era un fragmento a la deriva; que la hondura de mis raíces no se oponía a mi hambre de conocer mundo; que, acaso fatalmente, era cubano y todo el dolor y todos los sueños de mi gente linda me daban gravidez para enfrentar los caprichos con que el viento de la historia arrastra a los hombres y a las hojas secas.



A punto de terminarse el filme, el azar concurrente del que hablara Lezama Lima, hizo que a mi móvil entrara un mensaje. Desde el oriente cubano, la tía Julia celebraba la cercanía de la fecha del rencuentro con la familia, al mismo tiempo que rogaba que pronto ella también pudiera reunirse con su hijo y sus nietos que viven hace ya varios años en Miami.



No quise que mis manías de cabalista perturbaran la emoción de mi amiga que para ese entonces empapaba su pañuelo, conmovida por la firmeza de Carmela y el desamparo del Chala.



Sentí la humedad en mi rostro y supe que también, silenciosamente, un niño lloraba asomado a mis ojos.